Volví sobre mis pasos y atravesé los cincuenta metros desde la esquina hasta la columna que había dejado, con la colaboración de la gente que estaba ahora ocupando todo el espacio de las veredas.

Entonces ví las siguientes dos imágenes rodeadas de mucha más gente. Ahora ya no había un lugar libre sobre la calle o la vereda, cada centímetro estaba ocupado. No pude ganar la misma altura que tenía, alguien más ocupo ese lugar. Esta vez, después de hacer las fotos, bajé y saludé al pasar a la oficial de bomberos.

Con los años fui aprendiendo y entendiendo sobre los rituales y su valor para las personas.
Conocí a unos amigos, que un día se acompañaron para ir caminando desde Cachi, a modo de ofrendar ese sacrificio a los santos.
Los peregrinos se multiplicaron, se sumaron en los trayectos desde todos los pueblos y los días de camino.
Pero no todos los fieles son iguales. Los codazos y las quejas las recibí en las misas dentro de la Catedral mientras que con los peregrinos percibí un ambiente de cooperación y comunión en su camino. Ellos quedan del lado de afuera de las vallas.

Estos días hablé con Andrés Gauffin, con quién pasé varias jornadas observando los rostros y costumbres los días de septiembre en Salta. Me compartió una historia que no conocía. El milagro era una fiesta popular hasta que llegó el obispo, corrió de la plaza a los vendedores y feriantes, se suspendió el fútbol y organizó la cosa.
De mi archivo retome algunas miradas de esos días de procesiones.

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